lunes, 11 de agosto de 2014

[Análisis] Dark Souls (2011): En Lordran nadie puede oír tus gritos


El 2014 es el año de Dark Souls II, un juegazo que ha cautivado a una cantidad más que considerable de aficionados al mundo de los videojuegos. Lo que muchos parecen olvidar es que ese numerito que acompaña al título del juego lo convierte en una segunda parte y, en este caso, es la segunda parte de uno de los videojuegos más míticos e inolvidables de la última generación de consolas.
El primer Dark Souls es y será siempre uno de los juegos más queridos por todos aquellos que lo han probado y han sido capaces de soportar la primera hora de gritos y frustración fruto de la insoportable dificultad y una agobiante falta de orientación
La clave para compensar esto no es únicamente la satisfacción de superar el reto de pasarse el juego, sino también una historia épica.
Al principio el mundo no conocía más que la noche y estaba regido por dragones inmortales hasta que, gracias al descubrimiento del fuego y el conocimiento de la diferencia entre la luz y la oscuridad, cinco grandes seres se unieron para acabar con el reinado de semejantes bestias y dar paso a la prospera Edad del Fuego.
Estas "divinidades" eran el olvidado PigmeoNito, el primer ser en experimentar la muerte, la Bruja de Izalith, el dragón albino y traidor a los suyos Seath el Descamado y Gwyn, el Señor de la Luz y el Fuego. Gracias al potencial de los primeros fuegos y el poder de las almas, estos dioses lograron reinar en el mundo de Lordran.
Pero ninguna llama es eterna y algún día la oscuridad volverá a dominar el mundo, la única esperanza es aquel que porta la señal oscura en su alma y que, según cuenta la leyenda, traerá una nueva era.
El portador de esta esperanza es, obviamente, nuestro personaje.
Dark Souls comienza con nuestro encierro en el Refugio de los No Muertos. Somos uno de los muchos afectados por la Maldición, una horrible y extendida afección que mantiene en el mundo terrenal a aquellos que pierden la vida a cambio de ir perdiendo poco a poco la cordura.
Una vez logramos escapar del Refugio (lo que podríamos llamar tutorial, aunque no es nada fácil) se abre para nosotros el cruel y terrorífico mundo de Lordran, sin ninguna pista que nos diga a donde ir.

La clave del juego es acosar constantemente al jugador con momentos de miedo y tensión, con una dificultad alta y exigente que nos convierte en un vulnerable aventurero que puede morir en cualquier momento, ya sea por el ataque de un monstruo o cayendo en alguna de las numerosas trampas que inundan cada zona.
Cada vez que esto ocurra apareceremos en la última hoguera en la que descansamos (los únicos lugares seguros de todo el juego) y quedará una mancha de sangre en el lugar en que perdimos la vida y en la que estarán almacenadas todas las almas, moneda de cambio de Lordran tanto para comprar como para subir de nivel, y los puntos de humanidad que nos permiten pasar de no muerto a humano.
Si volvemos a caer antes de alcanzar nuestra mancha de sangre perderemos para siempre todo lo que habíamos conseguido.

No es tan simple como repetir el camino recorrido ya que cada vez que descansemos en una hoguera (para recuperarnos, tomarnos un respiro o simplemente porque hemos muerto) todos los enemigos derrotados volverán a aparecer como si nada, es decir, que la causa de nuestra primera muerte volverá a estar ahí.
Aquí es donde reside el excelente aspecto de exigencia, paciencia y aprendizaje de Dark Souls que nos obliga a sacar partido de nuestros errores y avanzar siempre con mucho cuidado. No, no es un juego para todo el mundo.


Las opciones en cuanto a la personalización del héroe son infinitas debido a la libre elección a la hora de aumentar estadísticas y a la inmensa cantidad de armas y armaduras disponibles, aunque tiene cierta trampa. Los jugadores curtidos en el genero de Rol tenemos la costumbre de dar a nuestro personaje la apariencia que más nos guste independientemente de la utilidad de su equipo, pero en Dark Souls hacer eso es un autentico suicidio excepto para los más experimentados.
Siempre tendremos que vestir a nuestro personaje con la armadura propicia a cada situación (con cuidado de no superar nuestro limite de peso y acabar moviéndonos a cámara lenta), armarlo con la espada, lanza o arco que peor le siente al jefe de turno y ponernos los anillos que nos otorguen facultades especiales adecuadas.

Cualquiera puede hacerse un guerrero, un mago o un clérigo, pero en Dark Souls se debe tener muy en cuenta que un tipo de personaje excluye completamente todos los demás.
Si se quiere sobrevivir en un juego tan difícil los guerreros deben estar centrados totalmente en fuerza y aguante, los magos en inteligencia y los clérigos en fe. Intentar hacer un personaje multitarea resultará en que nuestro no muerto elegido sea poco más que un inútil ante los jefes de nivel.


La forma de narrar el argumento, el diseño de escenarios y enemigos, una banda sonora épica y la más que exigente dificultad demuestran que Dark Souls es un videojuego desarrollado con mucho cariño y cuidado, pensando única y exclusivamente en los jugadores para proporcionarles una experiencia única que no encontrarán en ningún otro titulo. Hasta tal punto llegaron en su compromiso con los fans que sacaron a la venta un contenido adicional que extendía la historia de cierto personaje legendario del mundo de Lordran, pese a que se habían negado a caer en la fea costumbre de sacar estos contenidos por afectar al juego original.

¿Lo malo de Dark Souls? Sin duda alguna la reducida cantidad de público capaz de disfrutarlo como es debido, siendo exclusivo de los jugadores dedicados y con afán de superación.
Incluso los que ya tenemos los pulgares endurecidos de tanto pulsar botones sufrimos una inevitable pérdida de nervios en muchos momentos del juego, pero es ahí donde está la belleza de toda la saga Souls.
Caer mil veces con la condición de levantarse de nuevo más fuerte, más sabio y....bueno, volver a caer otra vez.

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